Yo estaba totalmente desesperada y con un grado de culpa que no me dejaba ni respirar. Deseaba poder respirar, poder no llorar a todas horas, poder entender por qué mi madre se fue y por qué no pude ayudarla a ella cuando he ayudado a tanta gente. Me encontraba ahogada, no podía pensar, no quería hacer nada, solo quería desconectar de la realidad. Podría llegar a decir que estaba en un grado de tristeza bastante grave y para mí era un momento de no sentirme yo, de sentirme perdida y no saber por donde seguir, qué camino continuar, no sabía ni dónde colocarme yo ni dónde colocarme frente a los demás, al lado de los demás…, no tenía ni idea, totalmente perdida…

Las sesiones de duelo me ayudaron sobre todo a entender, a cosas que quizás parecen básicas, pero que para mí han sido inmensamente importantes, como cuando pude aliviar mi culpa por no ser una heroína, darme cuenta de que, a pesar de toda la dificultad, pude estar a su lado y acompañarla fue, justo en ese momento, el alivio que necesitaba, me hizo respirar, me quitó la culpa porque comprendía que no nací enseñada. En aquellas sesiones que podía verte y desahogarme pude buscar respuestas, sentirme bien. He podido entender que no era mi responsabilidad, que la mía era hacer como hice y estar a su lado. Actualmente, acompaño a mi padre de otra manera, dejo que haga su vida y dejo que funcione a su modo y tono, sin interferir ni intentar que lo haga a mi manera. Ahora veo las cosas desde otra perspectiva, entiendo que puedes acompañar a las personas, pero no puedes hacer sus cosas por ellas, que cada una debe hacer su camino y que puedes escoger estar o no al lado de esas personas y hacerlo lo mejor que sabes, esa es la calma que siento ahora, saber que no podía hacer más en ese momento. Muchas gracias de nuevo.

Este 2022 busqué ayuda porque me sentía muy triste y culpable tras la pérdida de mi padre, con quien tenía una relación muy compleja. Yo podía entender muchas cosas de mi vida con él y mi recorrido vital, pero aun así el dolor no se iba. Una buena amiga me mandó el enlace del trabajo de Ariadna y decidí ponerme en contacto. Encontrar ese espacio en donde poder escuchar a personas que sentían cosas muy parecidas a mí me conectaba con mi dolor, me impedía evitarlo, y la cáscara que tenía en mi corazón se fue quebrando y empezó a salir ese dolor a raudales…, lo suficiente para poder volver a sentir tanto el dolor, al que tanto temía, como el amor, que tanto necesitaba, estaban ambos dentro del mismo cascarón.

Ahora siento todo el amor que tengo para dar, sobre todo a mí misma. Me siento muy agradecida a mi padre y a la vida por sentir este amor inconmensurable. Para mí ha sido un milagro. Agradezco a Ariadna y a mis compañeras el haber creado ese espacio tan necesario de apoyo y respeto que me dio la confianza suficiente para soltar todo ese dolor atascado, que no sabía donde dejar para no molestar.

Mi nombre es Yolanda y tengo 32 años. Hace un año perdí a mi madre con tan solo 53 años y justo un mes después de nacer mi segundo hijo. Llevaba 4 años enferma de cáncer y yo intentaba hacerme la fuerte por ella y no veía que necesitara ayuda. Hasta que la perdí. Mi vida se resquebrajó en mil pedazos y fui consciente de que yo sola no podía afrontarlo. Fue entonces cuando encontré esta terapia del duelo y me puse en contacto con Ariadna. Al principio no estaba segura de que eso me fuera a ayudar: la terapia era por videollamada, con personas de distintos lugares, personas desconocidas... Pero poco a poco me fui acoplando al grupo y encontré sentido al paso tan importante que había dado. Los ratos de terapia me permitían un espacio para mí sola, donde poder expresar todo lo que sentía sin miedo a ser juzgada y poco a poco iba vaciando esa mochila que hacía años que llevaba en la espalda y que tanto me pesaba sin darme cuenta.

La terapia me enseñó que no estaba sola, que había más personas como yo pasando por lo mismo y que ellas sí que me podían entender a la perfección. Empaticé muchísimo con todas ellas, me emocioné oyendo sus historias y ellas oyendo la mía. Fue entonces cuando me di cuenta, que sin quererlo, me sentía muy unida a todas ellas. Fue una experiencia muy gratificante de la que salí distinta, de la que pude aprender muchísimo y con la que pude sacar todo mi dolor. Quiero dar las gracias a Ariadna por darme la oportunidad de formar parte del grupo, por tanta ayuda, tanta compresión y tanto amor que derrochó en cada una de nosotras. ¡Mil gracias por todo!

Una amiga me informó de que existía este grupo de apoyo. Al principio no quería acudir pero finalmente lo hice. Fue lo mejor que pude haber hecho. Al principio me mantenía encerrada en mi habitación, no contestaba llamadas, no contactaba con nadie después de la pérdida de mi esposo, sentía un vacío muy grande, una soledad muy grande y no sabía cómo enfrentarla. Necesitaba la ayuda que me han brindado, necesitaba cada sesión en la que nos hemos encontrado. Ariadna no se mete en las cosas, no aconseja, no nos dice que hacer, no nos juzga, pero cada cosa que hablamos nos llega y sabemos que es la forma cómo nos está guiando. Cuando comencé el grupo sentía que había perdido todo y que ya nada tenía sentido, a medida que ha ido pasando el tiempo me ha enseñado que la vida continúa, no todo termina allí con la pérdida.

Tras su fallecimiento yo sentí como un orangután pegado a mi espalda, a mi cuello, poco a poco en cada sesión fui trabajando y sin darme cuenta, sin que me dijera que “tengo que hacer esto o aquello”, me iba sintiendo mejor y ese orangután que sentía se fue alejando de mí poco a poco. Hoy visito la tumba de mi esposo sin llanto, sin dolor, sin tanta tristeza. Sé que las cosas pasan por algo, que él tenía que partir porque estaba muy enfermo, me ha enseñado a no sentirme culpable, que lo que pasó tenía que pasar. Estoy muy agradecida, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Gracias por esta sensación de libertad, de tranquilidad, esta paz en mi corazón…

Pedí ayuda al grupo de duelo unos meses después de que mi marido falleciera repentinamente. Al principio me costó llamar, pero finalmente y porque me encontraba muy mal, decidí hacerlo. Desde el primer día me sentí bien en ese espacio. Durante estos meses de trabajo he cambiado muchas cosas en mi manera de estar y sentir. Durante un tiempo me aislé, no quería ver a nadie ni hablar con nadie. Sentía mucho ahogo y una sensación de que no podía respirar.

Cuando volví al trabajo decidí ponerme “una máscara” de manera que mi dolor no era visible para los demás…, fueron momentos muy dolorosos y de mucha soledad para mí. Poco a poco, con el acompañamiento de Ariadna en el grupo, pude ir sintiendo alivio, pude respirar mejor, pude empezar a conectar con otras personas de mi alrededor y a compartir cosas sobre Ramón. Actualmente, aunque siento que el dolor siempre me acompañará, siento que he recuperado el control sobre mi vida de nuevo, que puedo conectar con mi dolor o alejarme de él en función del momento. Siento que puedo irlo trabajando a mi ritmo, respetuosamente, independientemente de lo que otras personas puedan pensar o de las expectativas que tengan, puedo acompañarme con mucho respeto y sin juicios, puedo sentir de nuevo alegría sin sentirme mal por ello y disfrutar de algunas cosas que logro o que me pasan.

Me siento muy agradecida y recomiendo esta experiencia a otras personas que estén pasando por un dolor parecido al que yo viví.